Insomnio infantil

En esta ocasión, Françoise Dolto, responde de nuevo a una madre. Lo interesante es que ésta encuentra la solución por ella misma antes de recibir la respuesta de Dolto.

Periodista:

Tengo aquí la carta de una madre a la que usted ya respondió…, pero lo curioso es que el problema ya se había resuelto desde hacía unos días. Este es el texto: “Se ha producido una especie de milagro. Mi hija de dos años, que se desperaba todas las noches desde los seis meses, dejó de hacerlo por completo desde hace un mes y medio. Un día, cuando la acostaba, mi hija me dijo: “ Bueno, ahora voy a hacer ro-ro”>>. Esa era la primera vez que la niña lo decía ella misma; oía que la madre le pedía que se durmiera y ella terminó por desear dormir. Al fin de la carta la madre dice: “Cuando usted me respondió, algunos días después, yo ya había solucionado el problema sin saber cómo ni por qué; tal vez haya sido mi determinación de querer resolverlo. En todo caso, era algo interior >>.

Bastante extraordinario ¿no le parece?

Dolto:

Esta carta me complace muchísimo, porque coincide exactamente con lo que trato de hacer desde el comienzo, es decir, ayudar a que se desenvuelvan ellos mismos en la relación con sus hijos.

Creo que la carta que escribe una madre cuando tiene un problema le permite, por el hecho mismo de escribirla, tomar cierta distancia del problema mismo: la madre se pone a reflexionar, redacta la carta sabiendo que será leída; la escribe, pues, con toda su alma, si es lícito decirlo así. Y yo la leo de la misma manera. Algo pasa entonces a través de la carta y de su lectura y a través de los que escuchan. Porque la madre sabe que no me propongo dar recetas —cada niño, cada relación entre padres e hijos son diferentes—, sino hacer que los padres comprendan que ellos mismos poseen los medios de resolver sus conflictos. En nuestra época, la gente está acostumbrada a pedir a los demás que resuelvan sus problemas en su lugar. Ahora bien, si cada cual se pusiera a reflexionar con calma y honestamente, si pusiera por escrito sus problemas con todos los detalles, sabiendo que será oído —esto es esencial, saber que alguien nos escucha—, entonces se escucharía con una parte de sí mismo que sería mucho más lúcida que aquella otra parte sumida en el torbellino de la angustia, de la inquietud, del problema agudo.

Esto es lo que hizo esta mamá y la niña también comprendió, al sentir cuánto sus padres se interesaban por ella. La madre había tomado cierta distancia ante lo que parecía a primera vista un capricho y cuyo sentido real era justamente el de interesar a la madre; entonces la niña comprendió que en lugar de interesarse por su cuerpo, que hace y repite siempre lo mismo, le interesaba a sus padres como ser humano que se va desarrollando poco a poco en una jovencita. Los que nos escriben realizan ese trabajo. Y esto me pone muy contenta porque es lo que buscaba: que los padres consideren que sus hijos están, no para presentarles problemas, sino para vivir con ellos mientras crecen y se desarrollan. Es decir, mientras cambian su manera de ser un poco todos los días, por grados. La vida es más fuerte que cualquier cosa, si se la deja expresar sin permanecer uno aferrado a un momento de contrariedad aguda. Conviene entonces reflexionar en el problema, reflexionar en el momento en que comenzó, y hasta poner por escrito las reflexiones para uno mismo, a fin de poder preguntarse: “En definitiva, ¿qué ha pasado?>> Es bueno hablar del problema y no esperar a que algún otro pueda darles una solución ya hecha.

¡Está señora no esperó mi respuesta! Ella misma encontró la solución. Y se vio después que mi respuesta era una confirmación de la dirección que la madre había tomado.

 

Texto extraído intergramente del libro: ¿Tiene el niño derecho a saberlo todo?
Dolto, F. (1981). ¿Tiene el niño derecho a saberlo todo?. Barcelona, Paidós.

 

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