Ante cualquier duda. Por muy pequeño que piense que es el problema, nuestro deber como padre es asegurarnos. Además, existen pequeños problemas de falta de autoestima o de tristeza que pueden acabar convirtiéndose en traumas si no los acabamos por tratar a tiempo. Por eso, ante cualquier signo evidente que indique que su hija o hijo necesite un diagnóstico y tratamiento profesional, lo recomendable es no dejarlo pasar ni un minuto.
Pongamos un ejemplo. Imagínese que nuestro hijo baja su rendimiento escolar y saca peores notas que lo que en él es habitual. Quizás, como padres, tendamos a regañarles. Pero a lo mejor esto encierra algún tipo de problema emocional que esté afectando a su rendimiento y que pueda acabar desencadenando alguna patología más grave.
Lo que sí que es cierto es que debemos tener en cuenta la edad del niño. Por ejemplo, un niño de 2 o 3 años pasa ciertas fases críticas como algunas rabietas o actitudes negativas. Esto es algo normal y propio de la edad. Con paciencia, no resulta nada grave. Es lo que llamamos “desarrollo esperado”.
Sí hay que estar atentos cuando el desarrollo del niño empieza a madurarse, a partir de los 6 o 7 años, etapa que además coincide con sus primeros pasos en la escuela. Una etapa en la que pueden surgir diversas complicaciones relacionadas con la psicología y la pedagogía.